Bienvenidas !!!

Este blog se ha elaborado para que puedan encontrar información acerca de los temas que estamos estudiando en cada una de los niveles de la asignatura Lenguaje y Comunicación. Desde aquí vas a poder realizar actividades, disfrutar con juegos educativos y ver imágenes o vídeos que te ayudarán a comprender mejor todo lo que estamos estudiando en la sala de clase, bienvenidas querías alumnas del Colegio Emelina Urrutia.

martes, 26 de octubre de 2010

tarea 1

http://odas.educarchile.cl/objetos_digitales/odas_lenguaje/basica/odea05_nb5_textos_informan/index.html

martes, 18 de mayo de 2010

ESTRUCTURA DE LOS TEXTOS ARGUMENTATIVOS




Un texto es un conjunto de palabras que tiene sentido completo. Los textos pueden tener muy diferente longitud ya que pueden ser tan grandes como una novela o tan pequeños como una sola palabra.
Los textos argumentativos son aquellos que presentan una idea o tesis en la que el autor cree y que inmediatamente es defendida con una serie de argumentos. Tiene la intención de convencer o persuadir al lector de la veracidad o validez de la idea que se ha expuesto.
Si buscamos un dibujo o mapa conceptual de un texto argumentativo que nos sirva para analizar este tipo de discurso nos puede ser útil la siguiente estructura:

TEXTO ARGUMENTATIVO
CONTEXTO, SITUACIÓN PROBLEMÁTICA, TEMA DEL QUE SE HABLA
TESIS O IDEA PRINCIPAL

ARGUMENTO 1

ARGUMENTO 2

ARGUMENTO 3
.....................
CIERRE O CONCLUSIÓN

En ocasiones esta estructura puede aparecer invertida, presentándose en primer lugar los argumentos para finalizar con la tesis que se defiende

Vamos a analizar un ejemplo de texto argumentativo muy sencillo. Es el siguiente:

"Me merezco el puesto de trabajo porque tengo la preparación adecuada y nadie lleva en la empresa tantos años como yo. Además el jefe de sección considera que debo yo ser el elegido".

Antes de iniciar el análisis es conveniente tratar de situar el contexto donde se da este discurso. Las siguientes afirmaciones no están en el texto, pero podemos deducirlas de lo que se dice en el mismo. Constituyen el contexto o situación en el que se desarrolla la argumentación.

*Se trata de un proceso de selección del personal para un puesto de trabajo. El autor del texto quiere conseguirlo.
*Existe algún sistema o tribunal para realizar esa selección.
*Hay otros aspirantes.
*La empresa es grande ya que tiene diferentes secciones y una de ellas tiene un jefe de sección que apoya al autor de texto.

Si utilizamos el mapa que hemos presentado antes quedaría de esta forma:

TEXTO ARGUMENTATIVO
Proceso de selección de personal.(contexto)
Me merezco el puesto de trabajo. (tesis)

Tengo la preparación adecuada. (argumento 1)

Llevo más años que nadie en la empresa.(argumento 2)

El jefe de sección considera que yo debo ser elegido. (argumento 3)

lunes, 17 de mayo de 2010

Lectura Comprensiva nb2

Hace mucho, mucho tiempo, cuando los niños se vestían de seda y usaban unos grandes sombreros adornados con pompones y cintas, vivía un señor muy sabio llamado Galileo, A él le encantaba mirar el cielo, porque quería saber cómo eran esas cosas brillantes llamadas estrellas, cómo era esa luz que parecía lámpara encendida, llamada Luna, y que sería esa especie de neblina que se arrastraba en la noche, iluminando el cielo como si fuera polvillo de estrellas.

Una tarde, en el año 1609, Galileo, encerrado en su pieza de trabajo, trataba de terminar su gran invento. No se distraia con nada, incluso no salía ni para alimentarse.

-No quiero comer - decía, mientras trabajaba en un extraño instrumento lleno de vidrios y metales.

¿Quién piensa en comer cuando dentro de poco vería el cielo cerca de su nariz?

Las moscas (porque en el año 1609 también existían las moscas) llegaban a saltar ante cada golpe que daba el sabio a su raro instrumento y se escondían asustadas detrás de las cortinas.

-¡Listo¡ ¡He terminado mi telescopio¡ - gritó Galileo, lleno de felicidad.
¡Había inventado nada menos que el telescopio¡

Como era muy tarde, las estrellas habían salido en lo alto de su ventana. Pestañeó un par de veces para aclarar bien la vista, tosió para no ponerse nervioso, y.... puso su ojo derecho en el lente del instrumento.

-¡Oh , no puede ser ¡ -gritó.

¿Qué había visto?

Pues esas múltiples manchitas que, desde la Tierra, se veían en la cara de la Luna, no eran manchitas...

-¡Son montañas y cráteres de volcanes¡ -dijo el sabio , fascinado.
Siguió mirando.

-¡Oh, es que no puedo creerlo¡ -dijo a los pocos minutos.

Lo que se veía como una neblina espesa, no era tal, sino que un conjunto enorme de estrellas, o la Vía Láctea, que todos conocemos.

La felicidad para el sabio fue inmensa y sus estudios sirvieron a otros sabios que trataron de saber más y mas sobre el unverso.
Por eso, cuando en las noche vean la Luna , las estrellas y la gran mancha de la Vía Láctea, acuérdense de un hombre sabio que, hace tanto tiempo, dio un gran salto de felicidad, pues pudo, gracias a su invento , explicar algunos de los misterios del cielo.

Queridas alumnas de reforzamiento de tercero básico

Reforzamioento terceros básicos









Se encaramó un mono en un árbol elevado, y viendo a unos pescadores arrojar la red a un río, se puso a observar lo que hacían.
En un momento dado, los pescadores, dejando allí la red, se retiraron a cierta distancia para tomar su almuerzo. Y entonces, el mono, bajando del árbol, trató de hacer lo mismo que los pescadores, pues dícese que éste animal posee el instinto de la imitación. Pero lo hizo de tal manera, que quedó envuelto en la red, viéndose en peligro de morir ahogado.
Y poco después, el mono, se dijo : - Tengo lo que merezco, ¿por qué he querido pescar sin haber aprendido antes ?

Ahora luego de leer este hermoso texto, contesta las siguientes preguntas.
Si tienes dudas regresa a la lectura.

1). ¿Qué tipo de texto es el que acabas de leer?

2). ¿Dónde se encaramo el mono?

3). ¿De cuantos párrafos consta el texto?


4). ¿Cual seria el título más adecuado para el texto que acabas de leer?

5). ¿Cual es la idea o tema principal del texto?

6). ¿Cual es la enseñanza que nos enseña esta fábula?

7). ¿Cómo clasificas tú la actitud del mono?

viernes, 14 de mayo de 2010

Textos No Literarios

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LA MOTIVACIÓN

El poder estudiar (tener inteligencia) es muy importante para conseguir el éxito en los estudios, pero no lo es todo. Hay estudiantes que teniendo una inteligencia normal, a base de esforzarse y "machacar" terminan sacando buenas notas.

El querer estudiar (tener motivaciones o voluntad) es tan importante o más que la inteligencia para alcanzar buenas notas. La motivación, en el sentido de causa que mueve o impulsa a estudiar, ha sido estudiada en un trabajo de investigación con alumnado del Ciclo Superior de E.G.B. de Zaragoza (Memoria de Licenciatura. Ramo García, Arturo. Valencia, octubre de 1977). En este trabajo se distinguen las motivaciones internas y las externas. Llamamos internas o personales a aquellas motivaciones que nacen del propio alumno, que quiere hacer algo por sí mismo y tiene voluntariedad actual. Las motivaciones externas o ajenas son aquellas que no nacen del alumno sino de otras personas (padres, hermanos, profesores, compañeros) y de circunstancias que le rodean.

Entre las motivaciones internas o personales distinguimos las que hacen referencia al interés profesional (conseguir un buen trabajo y seguir estudiando), al interés personal (me gusta estudiar, por satisfacción personal) y al interés escolar (saber más, sacar buenas notas, superarme).Estas motivaciones internas están muy relacionadas con el alumnado que obtiene altos rendimientos.

Las motivaciones externas o ajenas suelen ser familiares (por satisfacer a los padres, porque me riñen o me pegan), escolares (por no suspender en las evaluaciones, por saber contestar en clase) y sociales (por ir de veraneo, por tener el sello de listo). Todas ellas están muy relacionadas con el alumnado de rendimiento bajo. Podríamos afirmar que estas motivaciones externas no sólo no ayudan al estudiante sino que le perjudican en sus rendimientos escolares. Dicho de otra forma, para que los rendimientos sean satisfactorios ha de ser el alumno quien primordialmente quiera estudiar, con interés personal, profesional o escolar, que nacido dentro de sí mismo le empuje al esfuerzo que ordinariamente exige el estudio.

Si esta motivación personal o interna no existe o incluso es negativa-con un rechazo claro hacia el estudio- los esfuerzos que hagan los padres, los profesores y compañeros para ayudar al alumno, utilizando todos los medios (propinas, castigos, riñas, recompensas afectivas, etc.), serán insuficientes. También serán insuficientes los otros estímulos de la sociedad que empujan al alumno al estudio.

Autor : Arturo Ramo García


Ahora, tu querida alumna, comenta esta lectura, te preguntaras ¿ cómo?, escribiendo la afirmación y seleccionando la alternativa correcta posteando como un comentario.
SUERTE !!!

1. El poder estudiar consiste en:

a) Tener ganas de estudiar.

b) Tener inteligencia.

c) Dedicar tiempo al estudio.

2.- El querer estudiar se refiere a:

a) Tener motivaciones.

b) Tener inteligencia.

c) Tener buenos libros.

3.- Las motivaciones que nacen del propio alumno se llaman:

a) Internas o personales.

b) Externas o ajenas.

c) Sociales.

4.- Las motivaciones internas o personales están relacionadas con:

a) Los rendimientos bajos.

b) Los rendimientos altos.

c) Los rendimientos medios.

5.- Las motivaciones que nacen de otras personas se llaman:

a) Circunstanciales.

b) Internas o personales.

c) Externas o ajenas.


Ahora chicas deben dejar su opinión acerca del texto "la motivación" y como puedes tu llevarla al día a día. (mínimo 10 reglones)
* Sugerencia, escribe primero tu opinión (posteo) en word, para evitar faltas de ortografía.

ACTIVIDAD Nº1 LEE EN SILENCIO LA SIGUIENTEFÁBULA Y LUEGO RESPONDE LAS PREGUNTAS EN TU CUADERNO


ACTIVIDAD Nº1 LEE EN SILENCIO LA SIGUIENTEFÁBULA Y LUEGO RESPONDE LAS PREGUNTAS EN TU CUADERNO

“Las Medias de los Flamencos”
(Horacio Quiroga)
Cierta vez las víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y a los sapos, a los flamencos y a los yacarés y a los pescados. Los pescados, como no caminan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del río los pescados estaban asomados a la arena, y aplaudían con la cola.
Los yacarés, para adornarse bien, se habían puesto en el pescuezo un collar de bananas y fumaban cigarros paraguayos. Los sapos se habían pegado escamas de pescados en todo el cuerpo, y caminaban meneándose, como si nadaran. Y cada vez que pasaban muy serios por la orilla del río, los pescados les gritaban haciéndoles burla.
Las ranas se habían perfumado todo el cuerpo, y caminaban en dos pies. Además, cada una llevaba colgada, como un farolito, una luciérnaga que se balanceaba.
Pero las que estaban hermosísimas eran las víboras. Todas, sin excepción, estaban vestidas con traje de bailarinas, del mismo color cada víbora. Las víboras coloradas llevaban una pollerita de tul colorado; los verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tul amarillo; y las yararás, una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo ladrillo y ceniza, porque así es el color de las yararás.
Y las más espléndidas de todas eran las víboras de coral, que estaban vestidas con larguísimas gasas rojas, blancas y negras, y bailaban como serpentinas. Cuando las víboras danzaban y daban vueltas apoyadas en la punta de la cola, todos los invitados aplaudían como locos.
Solo los flamencos, que entonces, tenían las patas blancas, y tienen ahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, sólo los flamencos estaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia no habían sabido cómo adornarse. Envidiaban el traje de todos, y sobre todo el de las víboras de coral. Cada vez que una víbora pasaba por delante de ellos, coqueteando y haciendo ondular las gasas de serpentinas, los flamencos se morían de envidia.
Un flamenco dijo entonces:- Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos medias coloradas, blancas y negras, y las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.

Y levantando todos juntos el vuelo, cruzaron el río y fueron a golpear en un almacén del pueblo.
- ¡Tan-tan! – pegaron las patas.
- ¿Quién es? – respondió el almacenero.
- Somos los flamencos. ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras?
- No, no hay – contestó el almacenero-. ¿Están locos? En ninguna parte van a encontrar medias así.
Los flamencos fueron entonces a otro almacén.
- ¡Tan-tan! ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras?
El almacenero contestó:
-¿Cómo dice? ¿Coloradas, blancas y negras? No hay medias así en ninguna parte. Ustedes están locos. ¿Quiénes son?
-Somos los flamencos- respondieron ellos.
Y el hombre dijo:
- Entonces son con seguridad flamencos locos.
Fueron a otro almacén:
- ¡Tan-tan! ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras?
El almacenero gritó:
- ¿De que color? ¿Coloradas, blancas y negras? Solamente a pájaros narigudos como ustedes se les ocurre pedir medias así. ¡Váyanse en seguida!
Y el hombre los echó con la escoba.
Los flamencos recorrieron así todos los almacenes, y de todas partes los echaban por locos.
Entonces un tatú, que había ido a tomar agua al río, se quiso burlar de los flamencos y les dijo, haciéndoles un gran saludo:
- ¡Buenas noches, señores flamencos! Yo sé lo que ustedes buscan. No van a encontrar medias así en ningún almacén. Tal vez haya en Buenos Aires, pero tendrán que pedirlas por encomienda postal. Mi cuñada, la lechuza, tiene medias así. Pídanselas, y ella les va a dar las medias coloradas, blancas y negras.
Los flamencos le dieron las gracias, y se fueron volando a la cueva de la lechuza. Y le dijeron:
- ¡Buenas noches, lechuza! Venimos a pedirte las medias coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile de las víboras, y si nos ponemos esas medias, las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.- ¡Con mucho gusto! – Respondió la lechuza-. Esperen un segundo, y vuelvo enseguida.
Y echando a volar, dejó solos a los flamencos; y al rato volvió con las medias. Pero no eran medias, sino cueros de víboras de coral, lindísimos cueros recién sacados de las víboras que la lechuza había cazado.
-Aquí están las medias –les dijo la lechuza-. No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de pico, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar.
Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendían bien qué gran peligro había para ellos en eso, y locos de alegría se pusieron los cueros de las víboras de coral, como medias, metiendo las patas dentro de los cueros, que eran como tubos. Y muy contentos se fueron volando al baile.
Cuando vieron a los flamencos con sus hermosísimas medias, todos les tuvieron envidia. Las víboras querían bailar con ellos, únicamente, y como los flamencos no dejaban un instante de mover las patas, las víboras no podían ver bien de qué estaban hechas aquellas preciosas medias.
Pero poco a poco, sin embargo, las víboras comenzaron a desconfiar. No apartaban la vista de las medias, y se agachaban también tratando de tocar con la lengua las patas de los flamencos, porque la lengua de las víboras es como la mano de las personas. Pero los flamencos bailaban y bailaban sin cesar, aunque estaban cansadísimos y ya no podían más.
Las víboras de coral, que conocieron esto, pidieron en seguida a las ranas sus farolitos, que eran bichitos de luz, y esperaron todas juntas a que los flamencos se cayeran de cansados.
Efectivamente, un minuto después, un flamenco, que ya no podía más, tropezó con el cigarro de un yacaré, se tambaleó y cayó de costado. En seguida las víboras de coral corrieron con sus farolitos, y alumbraron bien las patas del flamenco. Y vieron qué eran aquellas medias, y lanzaron un silbido que se oyó desde la otra orilla del Paraná.
-¡No son medias! – Gritaron las víboras- ¡Sabemos lo que es!¡Nos han engañado!¡Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias!¡Las medias que tiene son de víboras de coral!
Al oír esto, los flamencos, llenos de miedo porque estaban descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pudieron levantar una sola pata. Entonces las víboras de coral se lanzaron sobre ellos, y enroscándose en sus patas les deshicieron a mordiscones las medias. Les arrancaron las medias a pedazos, enfurecidas, y les mordían también las patas, para que murieran.
Los flamencos, locos de dolor, saltaban de un lado para otro, sin que las víboras de coral se desenroscaran de sus patas. Hasta que al fin, viendo que ya no quedaba un solo pedazo de media, las víboras los dejaron libres, cansadas y arreglándose la gasa de sus trajes de baile.
Además, las víboras de coral estaban seguras de que los flamencos iban a morir, porque la mitad, por lo menos, de las víboras de coral que los habían mordido eran venenosas.
Pero los flamencos no murieron. Corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandísimo dolor. Gritaban de dolor, y sus patas, que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las víboras. Pasaron días y días, y siempre sentían terrible ardor en las patas y las tenían siempre de color sangre, porque estaban envenenadas.
Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora todavía están los flamencos casi todo el día con sus patas coloradas metidas en el agua, tratando de calmar el ardor que sienten ellas. A veces se apartan de las orillas, y dan unos pasos por tierra para ver como se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven en seguida y corren a meterse en el agua. A veces el ardor que sienten es tan grande que encogen una pata y quedan así horas enteras, porque no pueden estirarlas.
Esta es la historia de los flamencos, que antes tenían las patas blancas y ahora las tienen coloradas. Todos los pescados saben por qué es, y se burlan de ellos. Pero los flamencos mientras se curan en el agua, no pierden ocasión de vengarse, comiéndose a cuanto pescadito se acerca demasiado a burlarse de ellos.



Guía de trabajo: Las medias de los flamencos.

Después de haber leído la fábula "Las medias de los flamencos", responde en tu cuaderno la siguiente guía.

1.- Escribe los personajes que aparecen.
2.- Señala quién es el o los personajes principales.
3.- Señala en qué ambiente se realiza la historia.
4.- Indica cuál es el tema principal del texto.
5.- Realiza una descripción general de los flamencos.
6.- Señala por qué estaban tristes los flamencos.
7.- Señala cómo estaban vestidas las víboras de coral.
8.- ¿Por qué los flamencos querían usar solamente medias coloradas, blancas y negras?
9.- La lechuza les entrega cueros de víbora a los flamencos para que los utilizaran como medias. ¿Tú crees que la lechuza lo hizo para perjudicar a los flamencos? Fundamenta tu respuesta.
10.- Señala qué sentían los flamencos hacia las víboras.
11.- ¿Qué hicieron las víboras cuando descubrieron las medias que llevaban los flamencos?
12.- Finalmente, de acuerdo a lo leído, ¿a raíz de qué los flamencos tienen las patas coloradas?
13.- Escribe un breve resumen, en no más de 20 líneas, considerando inicio, desarrollo y final.

TAREA 1 SÉPTIMOS


Queridas alumnas de séptimo básico, a trabajar:
EL PADRE (primera parte)

(Olegario Lazo Baeza)

Un viejecito de barba blanca y larga, bigotes enrubiecidos por la nicotina, manta roja, zapatos de taco alto, sombrero de pita y un canasto al brazo, se acercaba, se alejaba y volvía tímidamente a la puerta del cuartel. Quiso interrogar al centinela, pero el soldado le cortó la palabra en la boca, con el grito:

-¡Cabo de guardia!

El suboficial apareció de un salto en la puerta, como si hubiera estado en acecho.

Interrogado con la vista y con un movimiento de la cabeza hacia arriba, el desconocido habló:

-¿Estará mi hijo?

El cabo soltó la risa. El centinela permaneció impasible, frío como una estatua de sal.

-El regimiento tiene trescientos hijos, falta saber el nombre del suyo –repuso el oficial.

-Manuel... Manuel Zapata, señor.

El cabo arrugó la frente y repitió, registrando su memoria.

-¿Manuel Zapata... ? ¿Manuel Zapata... ?

Y con tono seguro.

-No conozco ningún soldado de ese nombre.

El paisano se irguió sobre las gruesas suelas se sus zapatos, y sonriendo irónicamente.

-¡Pero si no es soldado! Mi hijo es oficial, oficial de línea.

El trompeta que desde el cuerpo de guardia oía la conversación, se acercó al cabo diciéndole por lo bajo:

-Es el nuevo; el recién salido de la Escuela.

-¡Diablos! El que nos palabrea tanto...

El cabo envolvió al hombre en una mirada investigadora, y como lo encontró pobre, no se atrevió a invitarlo al casino de oficiales. Lo hizo pasar al cuerpo de guardia.

El viejecito se sentó sobre un banco de madera y dejó su canasto al lado, al alcance de su mano. Los soldados se acercaron, dirigiendo miradas curiosas al campesino e interesadas al canasto. Un canasto chico, cubierto con un pedazo de saco. Por debajo de la tapa de lona empezó a picotear, primero, y a asomar la cabeza después, una gallina de cresta roja y pico negro abierto por el calor.

Al verla, los soldados palmotearon y gritaron como niños:

-¡Cazuela! ¡Cazuela

El paisano, nervioso por la idea de ver a su hijo, agitado por la vista de tantas armas, reía sin motivo y lanzaba atropelladamente sus pensamientos:

-¡Ja, ja, ja! ... Sí. Cazuela..., pero para mi niño.

Y con su cara sombreada por una ráfaga de pesar, agregó:

-¡Cinco años sin verlo...!

Más alegre rascándose detrás de la oreja.

-No quería venirse a este pueblo. Mi patrón lo hizo militar. ¡Ja, ja, ja...!

... Uno de los guardias, pesado y tieso por la bandolera, el cinturón y el sable, fue a llamar al teniente.

Estaba en el picadero, frente a las tropas en descanso, entre un grupo de oficiales. Era chico, moreno grueso, de vulgar aspecto.

El soldado se cuadró, levantando tierra con sus pies al juntar los tacos de sus botas, y dijo:

-Lo buscan ... mi teniente.

No sé por que fenómeno del pensamiento, la encogida figura de su padre relampagueó en su mente ...

Alzó la cabeza y habló fuerte, con tono despectivo, de modo que oyeran sus camaradas:

-En este pueblo ... no conozco a nadie ....

El soldado dio detalles no pedidos:

-Es un hombrecito arrugado, con manta ... Viene de lejos. Trae un canastito ...

Rojo mareado por el orgullo, llevó la mano a la visera:

-Está bien ... ¡Retírese!

La malicia brilló en la cara de los oficiales. Miraron a Zapata ... Y como éste no pudo soportar el peso de tantos ojos interrogativos, bajó la cabeza, tosió, encendió un cigarrillo, y empezó a rayar el suelo con la contera de su sable.

lunes, 10 de mayo de 2010

Lectura Comprensiva


"Platero y yo"

Primer capítulo


Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: "¿Platero?", y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra... Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
— Tiene acero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.
Preguntas de comprensión
Responde a las preguntas posteando tu respuesta con frases completas.

1. ¿Cómo es Platero físicamente? ¿Qué tipo de animal es?
2. ¿Cómo son sus ojos?
3. ¿Qué adjetivo usa el autor para describir el trotecillo de Platero? ¿Cómo es su personalidad?
4. ¿Qué le gusta comer a Platero? ¿Es normal para un animal comer fruta?
5. ¿Qué adjetivos usa J.R. Jiménez para comparar a Platero con los niños? ¿Qué tiene Platero en común con las piedras?
6. ¿Qué piensan de Platero los hombres del campo?

Señoritas octavos años básicos:


La lengua de las mariposas

Manuel Rivas


(Texto completo)

«¿Qué hay , Gorrión? Espero que este año podamos ver por fin la lengua de las mariposas».

El maestro aguardaba desde hacía tiempo que le enviaran un microscopio a los de la instrucción pública. Tanto nos hablaba de cómo se agrandaban las cosas menudas e invisibles por aquel aparato que los niños llegábamos a verlas de verdad, como si sus palabras entusiastas tuvieran un efecto de poderosas lentes.

«La lengua de la mariposa es una trompa enroscada como un resorte de reloj. Si hay una flor que la atrae, la desenrolla y la mete en el cáliz para chupar. Cando lleváis el dedo humedecido a un tarro de azúcar ¿a que sienten ya el dulce en la boca como si la yema fuera la punta de la lengua? Pues así es la lengua de la mariposa». Y entonces todos teníamos envidia de las mariposas. Que maravilla. Ir por el mundo volando, con esos trajes de fiesta, y parar en flores como tabernas con barriles llenos de jarabe.

Yo quería mucho a aquel maestro. Al principio, mis padres no podían creerlo. Quiero decir que no podían entender como yo quería a mi maestro. Cuando era un «picarito», la escuela era una amenaza terrible. Una palabra que cimbraba en el aire como una vara de mimbre.
«¡Ya verás cuando vayas a la escuela!»
Dos de mis tíos, como muchos otros mozos, emigraron a América por no ir de quintos a la guerra de Marruecos. Pues bien, yo también soñaba con ir a América sólo por no ir a la escuela. De hecho, había historias de niños que huían al monte para evitar aquel suplicio. Aparecían a los dos o tres días, ateridos y sin habla, como desertores de la batalla del Barranco del Lobo. Yo iba para seis años y me llamaban todos Gorrión. Otros niños de mi edad ya trabajaban. Pero mi padre era sastre y no tenía tierras ni ganado.

Prefería verme lejos y no enredando en el pequeño taller de costura. Así pasaba gran parte del día correteando por la Alameda, y fue Cordeiro, el recolector de basura y hojas secas, el que me puso el apodo. «Pareces un gorrión».

Creo que nunca corrí tanto como aquel verano anterior al ingreso en la escuela. Corría como un loco y a veces sobrepasaba el límite de la Alameda y seguía lejos, con la mirada puesta en la cima del monte Sinaí, con la ilusión de que algún día me saldrían alas y podría llegar a Buenos Aires. Pero jamás sobrepasé aquella montaña mágica.

«¡Ya verás cuando vayas a la escuela!»

Mi padre contaba como un tormento, como si le arrancara las amígdalas con la mano, la manera en que el maestro les arrancaba la jeada del habla para que no dijeran ajua ni jato ni jracias. «Todas las mañanas teníamos que decir la frase 'Los pájaros de Guadalajara tienen la garganta llena de trigo'. ¡Muchos palos llevábamos por culpa de Juadalagara!» Si de verdad quería meterme miedo, lo consiguió. La noche de la víspera no dormí. Encogido en la cama, escuchaba el reloj de la pared en la sala con la angustia de un condenado. El día llegó con una claridad de mandil de carnicero. No mentiría si les dijera a mis padres que estaba enfermo.

El miedo, como un ratón, me roía por dentro.

Y me meé. No me meé en la cama sino en la escuela.

Lo recuerdo muy bien. Pasaron tantos años y todavía siento una humedad cálida y vergonzosa escurriendo por las piernas. Estaba sentado en el último pupitre, medio escondido con la esperanza de que nadie se percatara de mi existencia, hasta poder salir y echar a volar por la Alameda.

«A ver, usted, ¡póngase de pie!»

El destino siempre avisa. Levanté los ojos y vi con espanto que la orden iba para mi. Aquel maestro feo como un bicho me señalaba con la regla. Era pequeña, de madera, pero a mi me pareció la lanza de Abd el-Krim.

«¿Cuál es su nombre?»

«Gorrión»

Todos los niños rieron a carcajadas. Sentí como si me batieran con latas en las orejas.

«¿Gorrión?»

No recordaba nada. Ni mi nombre. Todo lo que yo había sido hasta entonces había desaparecido de mi cabeza. Mis padres eran dos figuras borrosas que se desvanecían en la memoria. Miré cara al ventanal, buscando con angustia los árboles de la alameda.

Y fue entonces cuando me meé.

Cuando se dieron cuenta los otros rapaces, las carcajadas aumentaron y resonaban como trallazos.

Huí. Eché a correr como un loquito con alas. Corría, corría como solo se corre en sueños y viene tras de uno el Sacaúnto. Yo estaba convencido de que eso era lo que hacía el maestro. Venir tras de mi. Podía sentir su aliento en el cuello y el de todos los niños, como jauría de perros a la caza de un zorro. Pero cuando llegué a la altura del palco de la música y miré cara atrás, vi que nadie me había seguido, que estaba solo con mi miedo, empapado de sudor y de meos. El palco estaba vacío. Nadie parecía reparar en mi, pero yo tenía la sensación de que toda la villa estaba disimulando, que docenas de ojos censuradores acechaban en las ventanas, y que las lenguas murmuradoras no tardarían en llevarle la noticia a mis padres. Las piernas decidieron por mí. Caminaron hacia el Sinaí con una determinación desconocida hasta entonces. Esta vez llegaría hasta A Coruña y embarcaría de polisón en uno de esos navíos que llevan a Buenos Aires.

Desde la cima del Sinaí no se veía el mar sino otro monte más grande todavía, con peñascos recortados como torres de una fortaleza inaccesible. Ahora recuerdo con una mezcla de asombro y nostalgia lo que tuve que hacer aquel día. Yo sólo, en la cima, sentado en silla de piedra, bajo las estrellas, mientras en el valle se movían como luciérnagas los que con candil andaban en mi búsqueda. Mi nombre cruzaba la noche cabalgando sobre los aullidos de los perros. No estaba sorprendido. Era como si atravesara la línea del miedo. Por eso no lloré ni me resistí cuando llegó donde mi la sombra regia de Cordeiro. Me envolvió con su chaquetón y me abrazó en su pecho. «Tranquilo Gorrión, ya pasó todo».

Dormí como un santo aquella noche, pegadito a mamá. Nadie me reprendió. Mi padre se había quedado en la cocina, fumando en silencio, con los codos sobre el mantel de hule, las colillas amontonadas en el cenicero de concha de vieira, tal como pasara cuando había muerto la abuela.

Tenía la sensación de que mi madre no me había soltado de la mano en toda la noche.

Así me llevó, agarrado como quien lleva un serón en mi vuelta a la escuela. Y en esta ocasión, con corazón sereno, pude fijarme por vez primera en el maestro. Tenía la cara de un sapo.

El sapo sonreía. Me pellizcó la mejilla con cariño. «¡Me gusta ese nombre, Gorrión!». Y aquel pellizco me hirió como un dulce de café. Pero lo más increíble fue cuando, en el medio de un silencio absoluto, me llevó de la mano cara a su mesa y me sentó en su silla. Y permaneció de pie, agarró un libro y dijo:

«Tenemos un nuevo compañero. Es una alegría para todos y vamos a recibirlo con un aplauso». Pensé que me iba a mear de nuevo por los pantalones, pero sólo noté una humedad en los ojos. «Bien, y ahora, vamos a comenzar con un poema. ¿A quien le toca? ¿Romualdo? Ven, Romualdo, acércate. Ya sabes, despacito y en voz bien alta».

A Romualdo los pantalones cortos le quedaban ridículos. Tenía las piernas muy largas y oscuras, con las rodillas llenas de heridas.

«Una tarde parda y fría...»

«Un momento, Romualdo, ¿qué es lo que vas a leer?»
«Una poesía, señor».

«¿Y como se titula?»

«Recuerdo infantil. Su autor es don Antonio Machado»

«Muy bien, Romualdo, adelante. Despacito y en voz alta. Repara en la puntuación»

El llamado Romualdo, a quien yo conocía de acarrear sacos de piñas como niño que era de Altamira, carraspeó como un viejo fumador de picadura y leyó con una voz increíble, espléndida, que parecía salida de la radio de Manolo Suárez, el indiano de Montevideo.

«Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de lluvia tras los cristales.

Es la clase. En un cartel

se representa a Caín

fugitivo, y muerto Abel,

junto a una marcha carmín...

«Muy bien. ¿Qué significa monotonía de lluvia, Romualdo?», preguntó el maestro.

«Que llueve después de llover, don Gregorio».

«¿Rezaste?», preguntó mamá, mientras pasaba la plancha por la ropa que papá cosiera durante el día. En la cocina, la olla de la cena despedía un aroma amargo de nabiza.

«Pues si», dije yo no muy seguro. «Una cosa que hablaba de Caín y Abel».

«Eso está bien», dijo mamá. «No se por que dicen que ese nuevo maestro es un ateo».

«¿Qué es un ateo?»

«Alguien que dice que Dios no existe». Mamá hizo un gesto de desagrado y pasó la plancha con energía por las arrugas de un pantalón.

«¿Papá es un ateo?»

Mamá posó la plancha y me miró fijo.

«¿Cómo va a ser papá un ateo? ¿Cómo se te ocurre preguntar esa pavada?»

Yo había escuchado muchas veces a mi padre blasfemar contra Dios. Lo hacían todos los hombres. Cuando algo iba mal, escupían en el suelo y decían esa cosa tremenda contra Dios.

Decían dos cosas: Cajo en Dios, cajo en el Demonio. Me parecía que sólo las mujeres creían de verdad en Dios.

«¿Y el Demonio? ¿Existe el Demonio?»

«¡Por supuesto!»

El hervor hacía bailar la tapa de la olla. De aquella boca mutante salían vaharadas de vapor e gargajos de espuma y berza. Una abeja revoloteaba en el techo alrededor de la lámpara eléctrica que colgaba de un cable trenzado. Mamá estaba enfurruñada como cada vez que tenía que planchar. Su cara se tensaba cuando marcaba la raya de las perneras. Pero ahora hablaba en un tono suave y algo triste, como si se refiriera a un desvalido.

«El Demonio era un ángel, pero se hizo malo».

La abeja batió contra la lámpara, que osciló ligeramente y desordenó las sombras.

«El maestro dijo hoy que las mariposas también tienen lengua, una lengua finita y muy larga, que llevan enrollada como el resorte de un reloj. Nos la va a enseñar con un aparato que le tienen que mandar de Madrid. ¿A que parece mentira eso de que las mariposas tengan lengua?»

«Si él lo dice, es cierto. Hay muchas cosas que parecen mentira y son verdad. ¿Te gusta la escuela?»

«Mucho. Y no pega. El maestro no pega»

No, el maestro don Gregorio no pegaba. Por lo contrario, casi siempre sonreía con su cara de sapo. Cuando dos peleaban en el recreo, los llamaba, «parecen carneros» y hacía que se dieran la mano.

Luego, los sentaba en el mismo pupitre. Así fue como hice mi mejor amigo, Dombodán, grande, bondadoso y torpe. Había otro rapaz, Eladio, que tenía un lunar en la mejilla, en el que golpearía con gusto, pero nunca lo hice por miedo a que el maestro me mandara darle la mano y que me cambiara junto a Dombodán. El modo que tenía don Gregorio de mostrar un gran enfado era el silencio.

«Si ustedes no se callan, tendré que callar yo».

Y iba cara al ventanal, con la mirada ausente, perdida en el Sinaí. Era un silencio prolongado, desasosegante, como si nos dejara abandonados en un extraño país.

Sentí pronto que el silencio del maestro era el peor castigo imaginable. Porque todo lo que tocaba era un cuento atrapante. El cuento podía comenzar con una hoja de papel, después de pasar por el Amazonas y el sístole y diástole del corazón. Todo se enhebraba, todo tenía sentido. La hierba, la oveja, la lana, mi frío. Cuando el maestro se dirigía al mapamundi, nos quedábamos atentos como si se iluminara la pantalla del cine Rex. Sentíamos el miedo de los indios cuando escucharon por vez primera el relincho de los caballos y el estampido del arcabuz. Íbamos a lomo de los elefantes de Aníbal de Cartago por las nieves de los Alpes, camino de Roma. Luchamos con palos y piedras en Ponte Sampaio contra las tropas de Napoleón. Pero no todo eran guerras.

Hacíamos hoces y rejas de arado en las herrerías del Incio. Escribimos cancioneros de amor en Provenza y en el mar de Vigo. Construimos el Pórtico da Gloria. Plantamos las patatas que vinieron de América. Y a América emigramos cuando vino la peste de la patata.

«Las patatas vinieron de América», le dije a mi madre en el almuerzo, cuando dejó el plato delante mío.

«¡Que iban a venir de América! Siempre hubo patatas», sentenció ella.

«No. Antes se comían castañas. Y también vino de América el maíz». Era la primera vez que tenía clara la sensación de que, gracias al maestro, sabía cosas importantes de nuestro mundo que ellos, los padres, desconocían.

Pero los momentos más fascinantes de la escuela eran cuando el maestro hablaba de los bichos. Las arañas de agua inventaban el submarino. Las hormigas cuidaban de un ganado que daba leche con azúcar y cultivaban hongos. Había un pájaro en Australia que pintaba de colores su nido con una especie de óleo que fabricaba con pigmentos vegetales. Nunca me olvidaré. Se llamaba tilonorrinco. El macho ponía una orquídea en el nuevo nido para atraer a la hembra.

Tal era mi interés que me convertí en el suministrador de bichos de don Gregorio y él me acogió como el mejor discípulo. Había sábados y feriados que pasaba por mi casa y íbamos juntos de excursión. Recorríamos las orillas del río, las gándaras, el bosque, y subíamos al monte Sinaí. Cada viaje de esos era para mí como una ruta del descubrimiento. Volvíamos siempre con un tesoro. Una mantis. Una libélula. Un escornabois. Y una mariposa distinta cada vez, aunque yo solo recuerde el nombre de una es la que el maestro llamó Iris, y que brillaba hermosísima posada en el barro o en el estiércol.

De regreso, cantábamos por las corredoiras como dos viejos compañeros. Los lunes, en la escuela, el maestro decía: «Y ahora vamos a hablar de los bichos de Gorrión».

Para mis padres, esas atenciones del maestro eran una honra. Aquellos días de excursión, mi madre preparaba la merienda para los dos. «No hacía falta, señora, yo ya voy comido», insistía don Gregorio. Pero a la vuelta, decía: «Gracias, señora, exquisita la merienda».

«Estoy segura de que pasa necesidades», decía mi madre por la noche.

«Los maestros no ganan lo que tienen que ganar», sentenciaba, con sentida solemnidad, mi padre. «Ellos son las luces de la República».

«¡La República, la República! ¡Ya veremos donde va a parar la República!»

Mi padre era republicano. Mi madre, no. Quiero decir que mi madre era de misa diaria y los republicanos aparecían como enemigos de la Iglesia.

Procuraban no discutir cuando yo estaba delante, pero muchas veces los sorprendía.

«¿Qué tienes tu contra Azaña? Esa es cosa del cura, que te anda calentando la cabeza»

«Yo a misa voy a rezar», decía mi madre.

«Tu, si, pero el cura no»

Un día que don Gregorio vino a recogerme para ir a buscar mariposas, mi padre le dijo que, si no tenía inconveniente, le gustaría «tomarle las medidas para un traje».

El maestro miró alrededor con desconcierto.

«Es mi oficio», dijo mi padre con una sonrisa.

«Respeto muchos los oficios», dijo por fin el maestro.

Don Gregorio llevó puesto aquel traje durante un año y lo llevaba también aquel día de julio de 1936 cuando se cruzó conmigo en la alameda, camino del ayuntamiento.

«¿Qué hay, Gorrión? A ver si este año podemos verles por fin la lengua a las mariposas»"

Algo extraño estaba por suceder. Todo el mundo parecía tener prisa, pero no se movía. Los que miraban para la derecha, viraban cara a la izquierda. Cordeiro, el recolector de basura y hojas secas, estaba sentado en un banco, cerca del palco de la música. Yo nunca vi sentado en un banco a Cordeiro. Miró cara para arriba, con la mano de visera. Cuando Cordeiro miraba así y callaban los pájaros era que venía una tormenta.

Sentí el estruendo de una moto solitaria. Era un guarda con una bandera sujeta en el asiento de atrás. Pasó delante del ayuntamiento y miró cara a los hombres que conversaban inquietos en el porche. Gritó: «¡Arriba España!» Y arrancó de nuevo la moto dejando atrás una estela de estallidos.

Las madres comenzaron a llamar por los niños. En la casa, parecía haber muerto otra vez la abuela. Mi padre amontonaba colillas en el cenicero y mi madre lloraba y hacía cosas sin sentido, como abrir el grifo del agua y lavar los platos limpios y guardar los sucios.

Llamaron a la puerta y mis padres miraron el picaporte con desasosiego. Era Amelia, la vecina, que trabajaba en la casa de Suárez, el indiano.

«¿Saben lo que está pasando? En la Coruña los militares declararon el estado de guerra. Están disparando contra el Gobierno Civil»

«¡Santo cielo!», se persignó mi madre.

«Y aquí», continuó Amelia en voz baja, como si las paredes oyeran, «Se dice que el alcalde llamó al capitán de carabineros pero que este mandó decir que estaba enfermo».

Al día siguiente no me dejaron salir a la calle. Yo miraba por la ventana y todos los que pasaban me parecían sombras encogidas, como si de pronto cayera el invierno y el viento arrastrara a los gorriones de la Alameda como hojas secas.

Llegaron tropas de la capital y ocuparon el ayuntamiento. Mamá salió para ir a la misa y volvió pálida y triste, como si se hiciera vieja en media hora.

«Están pasando cosas terribles, Ramón», oí que le decía, entre sollozos, a mi padre. También él había envejecido. Peor todavía. Parecía que había perdido toda voluntad.

Se arrellanó en un sillón y no se movía. No hablaba. No quería comer.

«Hay que quemar las cosas que te comprometan, Ramón. Los periódicos, los libros. Todo»

Fue mi madre la que tomó la iniciativa aquellos días. Una mañana hizo que mi padre se arreglara bien y lo llevó con ella a la misa. Cuando volvieron, me dijo: «Ven, Moncho, vas a venir con nosotros a la alameda».

Me trajo la ropa de fiesta y, mientras me ayudaba a anudar la corbata, me dijo en voz muy grave: «Recuerda esto, Moncho. Papá no era republicano. Papá no era amigo del alcalde. Papá no hablaba mal de los curas. Y otra cosa muy importante, Moncho. Papá no le regaló un traje al maestro».

«Si que lo regaló».

«No, Moncho. No lo regaló. ¿Entendiste bien? ¡No lo regalo!»

Había mucha gente en la Alameda, toda con ropa de domingo. Bajaran también algunos grupos de las aldeas, mujeres enlutadas, paisanos viejos de chaleco y sombrero, niños con aire asustado, precedidos por algunos hombres con camisa azul y pistola en el cinto. Dos filas de soldados abrían un corredor desde la escalinata del ayuntamiento hasta unos camiones con remolque entoldado, como los que se usaban para transportar el ganado en la feria grande.

Pero en la alameda no había el alboroto de las ferias sino un silencio grave, de Semana Santa. La gente no se saludaba. Ni siquiera parecían reconocerse los unos a los otros. Toda la atención estaba puesta en la fachada del ayuntamiento.

Un guardia entreabrió la puerta y recorrió el gentío con la mirada. Luego abrió del todo e hizo un gesto con el brazo. De la boca oscura del edificio, escoltados por otros guardas, salieron los detenidos, iban atados de manos y pies, en silente cordada. De algunos no sabía el nombre, pero conocía todos aquellos rostros. El alcalde, el de los sindicatos, el bibliotecario del ateneo Resplandor Obrero, Charli, el vocalista de la orquesta Sol y Vida, el cantero q quien llamaban Hércules, padre de Dombodán... Y al cabo de la cordada, jorobado y feo como un sapo, el maestro.

Se escucharon algunas órdenes y gritos aislados que resonaron en la Alameda como petardos. Poco a poco, de la multitud fue saliendo un ruge-ruge que acabó imitando aquellos apodos.

«¡Traidores! ¡Criminales! ¡Rojos!»

«Grita tu también, Ramón, por lo que más quieras, ¡grita!». Mi madre llevaba agarrado del brazo a papá, como si lo sujetara con toda su fuerza para que no desfalleciera. « ¡Que vean que gritas, Ramón, que vean que gritas!»

Y entonces oí como mi padre decía «¡Traidores» con un hilo de voz. Y luego, cada vez más fuerte, «¡Criminales! ¡Rojos!» Saltó del brazo a mi madre y se acercó más a la fila de los soldados, con la mirada enfurecida cara al maestro. «¡Asesino! ¡Anarquista! ¡Comeniños!»

Ahora mamá trataba de retenerlo y le tiró de la chaqueta discretamente. Pero él estaba fuera de sí. «¡Cabrón! ¡Hijo de mala madre¡». Nunca le había escuchado llamar eso a nadie, ni siquiera al árbitro en el campo de fútbol. «Su madre no tiene la culpa, ¿eh, Moncho?, recuerda eso». Pero ahora se volvía cara a mi enloquecido y me empujaba con la mirada, los ojos llenos de lágrimas y sangre. «¡Grítale tu también, Monchiño, grítale tu también!»

Cuando los camiones arrancaron cargados de presos, yo fui uno de los niños que corrían detrás lanzando piedras. Buscaba con desesperación el rostro del maestro para llamarle traidor y criminal. Pero el convoy era ya una nube de polvo a lo lejos y yo, en el medio de la alameda, con los puños cerrados, sólo fui capaz de murmurar con rabia: «¡Sapo! ¡Tilonorrinco! ¡Iris!».

Análisis del cuento

¿Qué importancia tienen las mariposas? ¿Qué significan para los niños?
¿Cómo transmite el autor el miedo que tiene el niño en el cuento?
La primera parte del cuento contiene unas imágenes muy significativas, por ejemplo, el cáliz, el delantal de carnicero, Caín y Abel, una mancha carmín.
¿Qué evocan estas imágenes? ¿Qué crees que puede pasar en el cuento?
¿Qué significado tiene el monte Sinaí para ti? ¿Existe de verdad en España?



domingo, 9 de mayo de 2010

Fabula, La Lecherita


LA LECHERITA
La hija de un granjero llevaba un recipiente lleno de leche a vender al pueblo, y empezó a
hacer planes futuros: -Cuando venda esta leche, compraré trescientos huevos. Los huevos, descartando los que no nazcan, me darán al menos doscientos pollos. Los pollos estarán listos
para venderlos cuando los precios de ellos estén en lo más alto, de modo que para fin de año tendré suficiente dinero para compradme el mejor vestido para asistir a las fiestas donde todos los muchachos me pretenderán, y yo los valoraré uno a uno.- Pero en ese momento tropezó con una piedra, cayendo junto con la vasija de leche al suelo, regando su contenido. Y así todos sus
planes acabaron en un instante. No te ilusiones con lo que aún no tienes.

CONTESTA DEJANDO UN MENSAJE, COPIANDO LA PREGUNTA Y CONTESTANDO DEBAJO DE LA PREGUNTA CORRESPONDIENTE.

1. ¿A qué persona llamamos granjero?
2. ¿A qué iba la niña al pueblo?
3. ¿Por qué quería comprarse un vestido?
4. Escribe otro final para la historia.

EL GÉNERO NARRATIVO


¿Qué es el Género Narrativo?

El género narrativo es uno de los tres grandes géneros que existen, en donde el narrador nos cuenta de manera bella un relato de sucesos y nos presenta a los personajes que viven distintos acontecimientos en lugares y tiempos determinados.

Dentro de este género encontramos diferentes tipos de textos:

Cuentos, leyendas, fábulas, novelas.

CUENTOS:

Son narraciones o relatos breves de sucesos imaginados o inventados. Con los que podemos entretenernos y aprender. En ellos el mundo narrado gira en torno a un solo hecho o acontecimiento principal.

En estos cuentos encontramos:

Personaje principal, personajes secundarios, características físicas y psicológicas de los personajes, ambiente donde se desarrolla la historia.

LEYENDAS:

Las leyendas son un relato que ha sido contado en forma oral de generación en generación y que pasados muchos años a alguien se le ocurrió escribirlas.

Este relato funde la realidad con la fantasía.

Muchas veces estos relatos pretenden explicar fenómenos naturales. Por ejemplo cómo se formaron las lagunas, cerros, lluvia.

En nuestro país una de las zonas más ricas en este tipo de narraciones es Chiloé.

FABULAS:

Las fábulas son relatos breves, en donde a los animales se les dan características humanas y además nos dejan una enseñanza que llamamos moraleja y que por lo general viene escrita al final del escrito.

NOVELAS:

La novela es una narración al igual que el cuento, pero más extensa y en donde se narra un mundo más complejo.

Los personajes de la novela pueden ser muchos y no necesariamente se tienen que conocerse o interactuar todos entre sí. Hay novelas románticas, aventureras etc.

El Cuento


El cuento es una narración breve de hechos imaginarios o reales, protagonizada por un grupo reducido de personajes.

Hay dos grandes tipos de cuentos: el cuento popular y el cuento literario.

*El cuento popular: Es una narración corta de hechos reales o imaginarios tradicional que se presenta en múltiples versiones, que coinciden en la estructura pero difieren en los detalles.

Tiene 3 subtipos: los cuentos de hadas, los cuentos de animales y los cuentos de costumbres. El mito y la leyenda son también narraciones tradicionales, pero suelen considerarse géneros autónomos (un factor clave para diferenciarlos del cuento popular es que no se presentan como ficciones).

*El cuento literario: es el cuento concebido y trasmitido mediante la escritura. El autor suele ser conocido.

El cuento se compone de tres partes:

*Inicio: La parte inicial de la historia, donde se presenta a los personajes y sus propósitos.

*Nudo: Parte donde surge el conflicto, la historia toma forma y suceden los hechos más importantes.

*Desenlace o final: Parte donde se suele dar el clímax, la solución a la historia y finaliza la narración.

Características del cuento El cuento presenta varias características que lo diferencian de otros géneros narrativos: *Ficción: aunque puede inspirarse en hechos reales, un cuento debe, para funcionar como tal, recortarse de la realidad.

*Argumental: el cuento tiene una estructura de hechos entrelazados (acción – consecuencias) en un formato de: inicio – nudo – desenlace.

*Única línea argumental, en el cuento todos los hechos se encadenan en una sola sucesión de hechos.

*Personaje principal: aunque puede haber otros personajes, la historia habla de uno en particular, a quien le ocurren los hechos.

*Unidad de efecto: comparte esta característica con la poesía. Está escrito para ser leído de principio a fin. Si uno corta la lectura, es muy probable que se pierda el efecto narrativo. La estructura de la novela permite, en cambio, leerla por partes.

*Brevedad: para cumplir con todas las demás características, el cuento debe ser breve.